Debajo del manzano

Los dos tirados sobre aquella manta de loneta, apenas socorridos por la tenue sombra de aquel viejo manzano de invierno. Economizando cada movimiento para no sucumbir al calor típico del mediodía de julio en La Mancha.
En silencio, evitando que con las palabras entorpeciésemos el misterio y el suspense, el desenlace de aquel momento tan esperado, conscientes de que, en un instante, apenas medible, todo sucedería mágicamente sin más posibilidades que el éxito o el fracaso.
De vez en cuando parecía que la sintonía quería desaparecer y que nos íbamos a perder el resultado ansiado de aquella ocasión única.
Habíamos estado nadando un buen rato en aquella alberca en donde años atrás habíamos aprendido a nadar, o al menos a flotar sin estar asustados. Al cansancio se unía la modorra característica después de comer y estar en plena hora de siesta en la que el cuerpo parecía querer escaparse de sí y flotar.
Pero desde luego no íbamos a dejar pasar aquella ocasión, así como así. Persistíamos con paciencia, expectantes, dejando que el momento llegara sólo. El tiempo parecía dilatarse sin fin y nos mirábamos incrédulos a la vez que temerosos. Era la primera vez y quien sabía si la única según el resultado final, más si resultaba un desastre.
En silencio, evitando que con las palabras entorpeciésemos el misterio y el suspense, el desenlace de aquel momento tan esperado, conscientes de que, en un instante, apenas medible, todo sucedería mágicamente sin más posibilidades que el éxito o el fracaso.
De vez en cuando parecía que la sintonía quería desaparecer y que nos íbamos a perder el resultado ansiado de aquella ocasión única.
Habíamos estado nadando un buen rato en aquella alberca en donde años atrás habíamos aprendido a nadar, o al menos a flotar sin estar asustados. Al cansancio se unía la modorra característica después de comer y estar en plena hora de siesta en la que el cuerpo parecía querer escaparse de sí y flotar.
Pero desde luego no íbamos a dejar pasar aquella ocasión, así como así. Persistíamos con paciencia, expectantes, dejando que el momento llegara sólo. El tiempo parecía dilatarse sin fin y nos mirábamos incrédulos a la vez que temerosos. Era la primera vez y quien sabía si la única según el resultado final, más si resultaba un desastre.
La sintonía ahora era perfecta y nos dábamos cuenta de que el prodigio sucedería en unos instantes, en segundos. El suspense se trasformó de pronto en una sensación algo angustiosa como si a nosotros mismos nos fuera la vida en el lance.
Era un día bien señalado: 21 de julio de 1969 y para nosotros quedaría como el día histórico en que el hombre pisaba la luna, aunque en realidad había llegado la madrugada anterior, pues se trataba de una narración en diferido, tecnicismo que nosotros no podíamos comprender con nuestros inocentes e ignorantes 15 años de antaño. Estaba ocurriendo en ese momento en que escuchábamos a Jesús Hermida en aquella radio a pilas de petaca.
Contentos, nos relajamos de tanta tensión y espera. Allí estaba con mi primo y sin poder resistir mucho más y sin comentar nada nos dormimos.
Era un día bien señalado: 21 de julio de 1969 y para nosotros quedaría como el día histórico en que el hombre pisaba la luna, aunque en realidad había llegado la madrugada anterior, pues se trataba de una narración en diferido, tecnicismo que nosotros no podíamos comprender con nuestros inocentes e ignorantes 15 años de antaño. Estaba ocurriendo en ese momento en que escuchábamos a Jesús Hermida en aquella radio a pilas de petaca.
Contentos, nos relajamos de tanta tensión y espera. Allí estaba con mi primo y sin poder resistir mucho más y sin comentar nada nos dormimos.