Siempre fue muy valorada por sus aportaciones ante nuevos retos o simplemente ante nuevas situaciones cotidianas que necesitaban alternativas para no quedar atrapados en el lamento o la esterilidad. Cuando alguien se encontraba con algo que consideraba un aprieto o una dificultad, solían recurrir a ella.

No había magia alguna en esta destreza. Clara consideraba que sólo era una competencia lingüística, pues la mayoría de las veces esos retos o dificultades que le presentaban como gran obstáculo en sus vidas, no estaban en ninguna esencia de las cosas o las circunstancias, sino en la manera como formulaban la cuestión. En la mayoría de los casos la forma de enunciar los problemas o dificultades, seguramente por las mismas claves mentales de quien lo hacía, generaba el obstáculo.

Esta vida apacible y tranquila, de seguridad y alta autoestima envidiada por otros, relativamente exitosa en cuanto se refería a relaciones sociales, vino a desbaratarla una formulación concreta y determinante del CEO de la compañía en la que trabajaba. Se despedía al 10% de la plantilla y sería el premio a los más veteranos; por su lealtad, aportaciones pasadas y constancia.

Ahí estaba con 56 años, 39 cotizados, una casa pagada, dos hermanos y amigos, casi la mitad en el desempleo y, eso sí, con sus competencias lingüísticas intactas.

Naturalmente el hecho no le pasó desapercibido. Se le agolpaban los demás compañeros del 10%, pidiéndole auxilio y alternativas ante semejante problemón. El que no tenía la hipoteca aun sin concluir resulta que se encontraba con niños y adolescentes en casa que, hasta ese momento, se comían todo lo que entrase en la nevera.

Ante tanto barullo y sufrimiento, con el que era imposible no empatizar, lo cierto es que comenzó a sentir cierto bloqueo, tanto de ánimo como de fórmulas para afrontar su situación y menos las de los demás.

Tomó la decisión de arreglar el papeleo del desempleo y marcharse de la ciudad por lo menos un mes. Ya se vería.

Sabía que, en su ámbito de trabajo, con sus años, iba a ser imposible volver a encontrar un empleo y que tenía ante sí un problema muy serio. Necesitaba urgentemente poner en marcha dos líneas de trabajo: Actualizar su currículo para ponerlo en circulación a través de Linkedin y empezar a pensar una vía de reciclaje puesto que en lo que tenía experiencia y conocimientos tenía nulas posibilidades

Para centrarse en ambas tareas necesitaba paz y salir del cargado ambiente que la rodeaba, con los demás compañeros despedidos y familiares y amigos todo el día dándole la brasa con mil y un consejos tan piadosos como inútiles. Se le ocurrió que podía irse a los alrededores de Tavira, en el Algarve portugués, sitio que siempre le daba paz y donde podría librarse del agobio de los demás y así poder dedicar el tiempo a su problema, por una vez en la vida.

Recordó entonces lo que le había contado su hermano, terapeuta ocupacional, de una comunidad terapéutica de trabajo con sordomudos en la Alpujarra granadina, al lado de Bubión, que ofrecían algunos alojamientos para visitantes sin tener que participar de ninguna actividad de las programadas. Conocía la zona y le pareció mejor idea aun para lo que su retiro precisaba. Maravilloso ambiente y con pocas posibilidades de distracción comunicativa.

Instalada en su pequeño bungaló, con vistas al sur, divisando el valle, se puso a la faena editando el currículo para subir a la Red. Después decidió disfrutar del porche degustando un té antes de empezar a explorar posibilidades de reciclaje laboral

Al mediodía comió en el comedor donde se juntaban los cuarenta residentes de la comunidad y algún turista visitante. Le sorprendió el silencio, apenas interrumpido por el sonido sordo de platos y cubiertos al tiempo que todo un estruendo de gestos y sonrisas de los comensales dándole a los signos con manos y cabezas. Fue una sorpresa y una revelación. Pensó que estaba contemplando otro mundo, otras existencias, en donde aquellos comensales parecían vivir contentos y entusiastas, contándose cosas con sentido.

Esa noche fue la primera en el último mes en que el insomnio no vino a castigarla. Durmió ocho horas seguidas y soñó que era sordomuda y no sabía manejarse en el lenguaje de signos, lo que le dificultaba encontrar trabajo. Ya despierta pensaba que sin duda podía haber más problemas y más gordos que no tener empleo

Preguntó si había algún curso introductorio al lenguaje de signos al que pudiera asistir y le dijeron que en quince días comenzaría uno con un grupo de familiares de sordomudos al que podría sumarse. Le hacía ilusión pensar que aprendería los rudimentos de un nuevo lenguaje y le parecía motivador pues sabía que cada lenguaje es expresión de un mundo. Tenía curiosidad y le resultaba estimulante explorar ese espacio en el que era factible comunicarse sin palabras.

Pronto se puso a ver que contaban en Internet, más allá de lo que ya imaginaba, y dos cosas le llamaron especialmente la atención: Mientras las lenguas orales son lineales y solo emiten o reciben un sonido cada ocasión, las de signos reciben a la vez todo un espacio gestual que entra por diversos canales ampliando el universo y riqueza comunicativa. Y resulta que el lenguaje de signos al emplear rutas visuales en su aprendizaje da mayores posibilidades a la plasticidad neuronal y, en definitiva, a las capacidades cognitivas y a la propia construcción de identidad.

Esto último resultó una pequeña epifanía, pues le dio para pensar que una identidad algo más compleja que la suya, que no la centrase tanto en el dichoso trabajo y en encontrar un empleo a toda costa para poder sentirse a salvo, quizá le ofreciese nuevas perspectivas.

El curso no sólo le parecía un hallazgo y un descubrimiento, sino que de propina le estaba dando un dormir delicioso y reparador que cada mañana la devolvía a la vida llena de energía y de claridad mental. Una claridad que día a día iba precipitando una conclusión luminosa; ella no tenía un problema de desempleo sino un problema de creer que el desempleo era un problema en vez de una oportunidad, dado que tenía una economía saneada y posibilidades de ingresos hasta llegar a jubilarse por desempleo de larga duración. Una situación privilegiada que la ofrecía poder vivir despreocupada, dedicándose a una vida menos esclava, más contemplativa, y conociendo los nuevos mundos que el monocultivo de trabajo en el que había vivido no le había permitido fructifica, ni tan siquiera oportunidad de germinar.

Esa noche soñó que se iba vivir a Tavira de abril a octubre y sólo volvía a la Ciudad a pasar el invierno y la Navidad. Sin trabajo alguno, ni preocupación por no tenerlo.