Gestion Cualitativa

La mayoría de buenos gestores hacen bien algunas cosas en común, y en resumidas cuentas todas esas cosas comunes bien hechas se condensan en una: saben lo que hacen. Son conscientes de la dimensión pragmática de sus actos y de sus omisiones, del poder generativo de lo que dicen y lo que callan. Y son conscientes de las consecuencias en los otros de sus actos, sus decires y sus silencios.

Incorporar conocimientos, modelos y técnicas de gestión es relativamente fácil, y suele hacerse con una formación adecuada en algunos de los cursos y master de las prestigiosas escuelas y centros existentes en el mercado. Pero ocurre que parte de esa formación abusa de especialización, de dimensiones técnicas, de énfasis en las llamadas “habilidades directivas” de corte racionalista; del estudio y resolución de casos tipo, y en cambio no se pone la atención requerida en la formación generalista y sobre todo en la formación psicosocial y lingüística imprescindibles para un buen directivo o gestor.

Se pone, en general, más énfasis en el número que en la palabra.

Son precisos los números, los datos, el conocimiento de los hechos, pero aún más importantes son las relaciones entre ellos, y entre quienes los registran o producen, o luego analizan e informan, y entre quienes los utilizan. Son más decisivas las relaciones interpersonales que derivan del flujo de interacciones de todo tipo; entre los individuos, grupos e instancias, y las estructuras que pueblan y articulan la vida de las Organizaciones.

Los datos/hechos sólo son datos. Ni son información, ni conocimiento, ni menos aún sabiduría. Como dice el ilustre matemático Henri Poincaré: Los hechos no hablan.

Para que los datos hablen hay que informarlos, darles forma, y esta operación la hace el informador. Para hacerlo se vale de perspectivas/enfoques, de teorías, de juicio y criterio, y de la sabiduría de situar los datos mudos en un contexto apropiado en el que cobrarán un sentido concreto, en vez de tratarlos de forma abstracta como si fueran una sustancia en sí que fuesen a producir información significativa por el sólo hecho de manipularlos técnicamente.

Para que los datos hablen es fundamental interpretar, explicar y entender sus relaciones, dentro de un contexto. Es precisa una mente matemática en el sentido que también señala Poincaré: Las matemáticas no estudian objetos, sino relaciones entre objetos.

El buen gestor/directivo es ante todo un matemático (ve, estudia y trata relaciones) y un cualitativo (sabe lo que hace)

El cualitativo no es el que utiliza técnicas cualitativas, sino el que sabe lo que hace (Jesús Ibáñez)

Los números despojados de su contexto, las estadísticas manipuladas en más de un frenesí de empirismo abstracto, como critica Wright Mills en su célebre texto La imaginación sociológica, o el encumbramiento mágico y mal entendido de los ordenadores y sus poderes computacionales, travestidos de medios en fines, todo ello, insertado con presión en una cultura tecnocrática demasiado alérgica a la reflexión y con excesiva fe en las recetas, instalada en la filosofía y método del estudio y solución de casos (¡Harvard, nada menos!), y en los enfoques consecuentes de algunos de los más prestigiosos centros de formación (dar forma) de directivos, todo se concatenó y ayudó a alejar a muchos líderes, gerentes, directivos, de lo que debiera ser central en ellos: la reflexión contextualizada y participada. Situación que, en cierta forma, incluso en algunos de esos centros formativos, se está invirtiendo con el principio del siglo XXI.

La gestión cualitativa puede ser una aportación en esta vieja y ahora renovada perspectiva de ver y hacer análisis, alternativas y prácticas/aprendizajes reflexivos elaborando constructivamente junto con los otros.

La antítesis a la solución estereotipada de expertos que cuestiona por ineficaz Michel Crozier y critica Mintzberg muy fundadamente, en relación con la formación de gestores con pedigrí y currículo de copete, pero sin experiencia ni contacto con las realidades a pie de obra, formateados costosamente en las más afamadas escuelas de negocios: ENA, Harvard. Más que para formar directivos y gerentes excepcionales para realimentar élites extractivas y dominadoras