Recordaba 1993, cuando su primer contrato. Contento de empezar a ejercer como médico de familia y del ambiente entusiasta que había entre todos los compañeros para montar y empezar a trabajar en aquel Centro de Salud por estrenar.

Los muebles llegaban y todos arrimaban el hombro para colocarlos y montarlos si hacía falta.

Hasta 2003 fueron diez años estupendos. De aprendizaje, de compañerismo y de hacer investigación, actividades preventivas y de educación para la salud, además de actividades clínicas con unos 25/30 pacientes diarios. Si bien después de 1996 las cosas empezaron a coger un nuevo rumbo que no apuntaba bien, pues empezaron los achiques, tanto de recursos como de intenciones. Pensábamos que sería un bache, pero desde 1999 cada vez costaba más verlo como una coyuntura. El modelo de Atención Primaria de Salud (APS) no era ya ni la prioridad ni la preferencia en las políticas sanitarias. Hasta 2003 la cuesta abajo no dejó de aumentar la pendiente y dio paso a la fiesta del desarme planificado que pareció culminar en 2012. Pero no, había que rematar y se insistió con empeño y saña. En principio detrayendo recursos, en vez de recuperar las enormes mermas por los recortes de la crisis económica de 2009, tanto presupuestarios como de profesionales, y después ir desmoralizando a todos; tanto profesionales como ciudadanía.

Lo que más nos dolió no fue la escasez de medios, sino tomar conciencia de que aquel modelo de sanidad pública de calidad se quería liquidar a conciencia, lo cual para quienes creíamos en sus bondades, también empezaba a ser una especie de muerte profesional. Se veía muy claro hacía donde iban los recursos públicos. Florecían seguros y clínicas privadas, alimentadas por una inversión ávida de beneficios. El panorama que se dibujaba era para llorar.

Los años siguientes fueron de mal en peor y así, con la lengua fuera, se llegó a la Pandemia. Se comenzó sin medios para poder atender adecuadamente sin caer enfermos, aunque no se pudo evitar y los sanitarios tenían que darse de baja uno detrás de otro y bastantes para siempre.

Detrás de esa tragedia general se daba otra a oscuras, sin que la población se percatase. Los médicos tenían que estudiar más que nunca pues cada día había nuevos síntomas y cada día había que plantearse de una manera los diagnósticos, tanto por la evolución de la enfermedad como por el desbarajuste administrativo de las autoridades sanitarias, cambiando cada día los protocolos de actuación. Cada día se acudía al Centro con más miedo, con más precaución para no infectarse y llevarlo a casa. Cada día con mayor irritación, tensiones de todo tipo, insomnio, lloros de impotencia y apretando puños y dientes por lo que cada vez se percibía como peor trato de los directivos y políticos.

Los que salimos vivos del túnel de esos tres años terribles, la mayoría habiendo pasado la enfermedad y como todo el mundo habiendo perdido a familiares y amigos, pensamos ingenuamente que como todos se habían dado cuenta de la heroicidad y entrega de los sanitarios y del valor de la Atención Primaria como servicio público, la penosa situación se iría mejorando 

Lo cierto es que cada uno salió como pudo y con más ganas de viajar y vivir que nunca, sin volver a pensar en los sanitarios tan aplaudidos unos meses antes.

No todos habían dejado de pensar en cómo estaban las cosas en los Centros de Salud, en las urgencias extrahospitalarias y en los ánimos y necesidades de los exhaustos profesionales sanitarios. Los Gestores habían constatado con alborozo como se habían duplicado los seguros médicos y como la Pandemia había acelerado la consecución de sus objetivos de agenda oculta. Ahora sólo quedaba pisotear un poco más a los médicos, humillarles por pedir que no podían seguir viendo a 60 diarios, que necesitaban 10 minutos de media para atender adecuadamente, que necesitaban formación que no estuviera a expensas de los cursos interesados ofrecidos por las farmacéuticas o sustituciones en caso de enfermedad o permisos.

La táctica consistiría en presentarlos como enrabietados e ideologizados. Hablar mal de ellos dejándolos que se confitasen a fuego lento observando cada día como ni se les atendía ni les ofrecían nada más allá de lo precariedad rampante. Calculando que con ello les harían picadillo, desmoralizándoles aún más y deteriorando su moral y salud mental, para proletarizarles con algo más de dinero si veían a 35 pacientes en su jornada laboral y otros 25 prolongando la jornada, consiguiendo de paso el metaobjetivo buscado de que la asistencia se resintiera tanto que para después del verano 2023 podrían ofrecer a la población que el servicio público seguirá vigente reforzado con conciertos de atención primaria en una maravillosa colaboración público-privada.

Los médicos, los sanitarios en general y la población usuaria han tardado en creer que esa sea la solución que tienen en mente. A los médicos, quizá los más conscientes de que se trata de eso se nos sube la sangre a la cabeza, y decir que estamos enfadados es decir poco. Nos sentimos estafados y desposeídos de una identidad que habíamos construido en 30 años de profesión y de vida.

Nos tocaron la profesión, nos tocaron las narices y ahora la moral. ¡Hasta aquí hemos llegado! Empezamos a ver que junto con la población podemos volver a situar la partida en la casilla de salida. ¡Todos a una Fuenteovejuna!!