Vamos a hablar de dos cosas: de la acción social, como propia de los humanos, y del mundo de realidad simbólica en el que habitan los humanos en su acción social. Se trata de dos cuestiones sobre las que se escribe mucho y por lo tanto hay distintos enfoques. Iremos explicando cual es el enfoque que más compartimos y dando referencias de los autores que se refieren a ello y con los que coincidimos.
Tenemos que hablar de estas dos cuestiones porque es de lo que, en definitiva, nos ocupamos cuando trabajamos con métodos cualitativos. Se puede decir que constituyen su objeto.
Cuando investigamos, planificamos, intervenimos, gestionamos (…) De una u otra manera lo que queremos conocer, entender, comprender o influir, es lo que hacen los individuos, los grupos y las instituciones. Saber qué, por qué y para qué lo hacen, y en última instancia queremos saber cómo intervenir en su hacer, en sus conductas y comportamientos.
Hablamos de acción en cuanto que existen actos, conductas concretas y comportamientos que nos interesa conocer y sobre los que quisiéramos poder influir, y decimos social porque entendemos que nos estamos refiriendo a acciones humanas.
¿Por qué decimos aquí acciones humanas con cierto énfasis, para referir la acción social? Esto tiene su interés y debemos hacer lo posible porque quede lo mejor explicado posible, aunque tendremos que volver sobre ello una y otra vez.
La acción social de los humanos consiste en conductas concretas de sujetos socializados, lo que quiere decir criados y educados entre otros humanos aprendiendo un lenguaje, dentro de una cultura concreta, en un tiempo histórico determinado. Un lenguaje con cuyos términos significan los objetos que se van encontrando (personas, cosas, circunstancias), y con los cuales coordinan su hacer. Con esta operación de ir significando, atribuyendo significados, a todo lo que van conociendo en su vivir, en su hacer, construyen un mundo simbólico, propiamente humano, en el que habitan como también lo hacen en el mundo natural, al que pertenecen como el resto de seres vivos. Y por esto su nicho ecológico, en el que mejor pueden supervivir los humanos, se articula con esa combinación de dos mundos: el natural y el simbólico. El ser humano para supervivir ha de mantener cierta congruencia, cierto acoplamiento estructural (Maturana) con su medio natural (1º orden), y con su medio simbólico (2º orden).
Con esto queremos decir que, para un humano, a partir de adquirir el lenguaje, las cosas ya no son iguales que para el resto de seres vivos, ni en lo más elemental como puede ser alimentarse. Cualquier animal siente hambre y lo que busca es comer para saciarse, acorde con su necesidad biológica propia de su habitar en el mundo natural. Los humanos en cambio, además de hacer otro tanto, en torno al objeto comida construyen con el lenguaje y la cultura un mundo simbólico, lleno de significaciones, que explica algunas de sus conductas alimentarias, más allá del hambre.
A partir de que participe el lenguaje y la cultura, los significados, los motivos, el sentido y el impulso para comer, además de que azuce el hambre, pasan a ser múltiples y polisémicos, tanto de orden fisiológico, como morales, estéticos, etc. Por ejemplo, la comida puede constituirse en arte o en una más de las alienaciones humanas a través de modas gastronómicas ilusorias.
Volveremos con otros ejemplos para clarificar este peculiar hábitat humano compuesto por dos mundos, puesto que es central para comprender porque la necesidad de los métodos cualitativos a la hora de trabajar con la acción social humana, particularmente para cuanto refiera lo simbólico.
Demos un pequeño rodeo a ver si podemos aclararlo algo más:
Para entender las conductas de todos los seres vivos animales es importante conocer su genética, sus instintos y sus patrones de comportamiento. Pero para entender las conductas de los humanos, en cuanto seres vivos específicos, es necesario entender además otras dos peculiaridades que incorporan en su biología y que son definitivas en su conformación como seres vivos específicos: determinadas emociones, como el amor, y el lenguaje (en los términos que dice Maturana), pues a través de ellos, a partir del proceso de socialización primaria, y las sucesivas socializaciones secundarias, los humanos se sitúan en un marco existencial propio y característico. Nuestra supervivencia ya no sólo ha de ser física, sino también psíquica. Podemos perder la salud y aun la vida tanto por no tener para comer (nuestro mundo natural) como por no tener con quien hablar significativamente (nuestro mundo simbólico)
Aquí llamamos acción social a las conductas y comportamientos característicos de los seres humanos, tanto si los hacen agrupados (asaltar la Bastilla, festejar al patrón del pueblo o charlar bajo un granado en flor), como si las hacen individualmente (rezar, lavarse los dientes o contemplarse los pies). Y decimos que son características de los seres humanos porque delante/debajo/detrás de todas ellas hay una significación (significados y sentidos) correspondientes a la cultura de un tiempo y una sociedad dada, y porque son esas significaciones las que conforman el mundo de la realidad simbólica en que habitamos los humanos, al tiempo que lo hacemos en el mundo natural.
Nuestra biología es tan compleja y tan plástica que nos provee de dos mundos en los que habitar al mismo tiempo e interdependientemente, haciendo que nuestro ser social, nuestra salud, nuestro estar (lo que somos) dependa de cómo habitemos en esos dos mundos. Y cada uno de ellos depende a su vez de cómo habitemos el otro.
Para entendemos mejor:
Esta manera de ser sociales al estilo humano lo mismo puede ser un chollo que un lío endiablado. Pero así están las cosas y por eso queremos entender las cosas humanas e influir en ellas. Cada cual sabrá (o no) por qué y para qué entenderlas e influir en ellas (y entonces será más o menos responsable), y querrá en algún grado las consecuencias que ese conocimiento e influencia tengan (y entonces será más o menos libre)
Con Maturana, queremos decir que la acción social humana característica está dotada de más o menos responsabilidad, según sea el grado de conciencia que se tenga sobre las consecuencias de nuestros actos/conductas/comportamientos, y de más o menos libertad, según sea el grado de asunción de las consecuencias de las que somos conscientes que tienen nuestros actos/conductas/comportamientos.
Y, hasta donde se sabe, esto de la responsabilidad y la libertad no atañe al resto de seres vivos. Son dos cuestiones humanas, justamente por ese añadido de un segundo mundo de realidad simbólica en el que habitamos a través del lenguaje. De forma que, aunque algunos animales tienen conductas sociales (abejas, hormigas, simios) no las vamos a denominar propiamente acción social, que reservamos para los humanos, en cuanto seres potencialmente responsables y libres.
Pues bien, la acción social es nuestro objeto de interés cuando nos planteamos actuar de agentes cualitativos, de la misma forma que nos interesarían los conjuros si quisiéramos actuar de agentes de brujería.
Al decir acción social podemos creer ingenuamente que nos referimos a una cosa que observamos (por ejemplo, alguien que come) como si pensáramos que hablamos de una silla o de un manzano. Y no es así.
Cuando un animal come (que nosotros observamos como conducta) siempre hace lo mismo. Se nutre. Si fuéramos zoólogos hablaríamos de conducta de supervivencia propia de su habitar en el mundo de la naturaleza. Pero cuando un humano come, al habitar en dos mundos, hace dos cosas: se nutre (como los demás seres vivos) y se alimenta (como humano), y aquí en alimentación incluimos todos los símbolos y significaciones/sentidos que puede incluir el humano al comer; come alegre o triste, en compañía o sólo, con apetito o sin él, lo que le gusta o lo que le disgusta, compulsivamente, con desgana, etc.
Por tanto, en un animal comer es una acción natural, un acto que se corresponde con una necesidad de subsistencia fisiológica, y que está precedido por un impulso, mientras que en los humanos es una acción social que se corresponde con una necesidad de subsistencia fisiológica y una necesidad de subsistencia existencial. El comer humano es para algo más que para satisfacer el hambre, y se constituye en un acto, una conducta, por un precipitado de al menos cuatro cosas: significados, motivos y un sentido (simbólicos), y por un impulso (natural).
Por ejemplo:
En un velatorio, con el cuerpo del deudo presente, algunos allegados comen porque les obligan, no porque tengan hambre. ¡Anda hombre come algo, que las penas con pan son menos! Hay que tener valor para decir esto en esas circunstancias, y sin embargo precisamente por el contexto tiene un sentido de afecto y de acompañamiento. Esta es la razón por la que, en los duelos de los pueblos, en donde la acción social de enterrar a los muertos todavía no tiene el carácter despersonalizado que tiene en los tanatorios urbanos, los vecinos y familiares se ocupan de que no falten frutas y caldos. Y en los días siguientes al entierro, aunque los hermanos, los hijos o la viuda sigan sin poderse meter bocado, ya se encargan los más allegados de traer pollos y rosquillas, y en cuanto se descuidan se lo embuchan al menor descuido.
¿Tiene esto algo que ver con el comer de los animales?
Para una cena romántica podría ser apropiado un poco de marisco, una tabla de quesos, una ensalada de berros con una vinagreta de no sé qué, o bastaría con que hubiera un buen vino y una fuente de brevas en sazón. Sin duda en estos últimos ejemplos, de una forma u otra, a base de brevas o berros, acabarían resolviendo el hambre que tuvieran, pero la acción social aquí tendría más que ver con el mundo simbólico en que habitasen los comensales que con su mundo fisiológico.
Y si por alguna razón tuviéramos que hacer una investigación sobre las cenas románticas, o viviéramos de planificarlas/gestionarlas, nos ocuparíamos tanto o más de las significaciones y de las personalidades de los actores que de los nutrientes. Nutrientes que serían los adecuados en función de las significaciones, personalidades y contexto de los actores, y no de su valor nutritivo. Si queremos entender/comprender las cenas románticas nos tendremos que ocupar especialmente del mundo de realidad simbólica en el que tienen lugar como actos sociales concretos. Según sea cada caso.
Estos ejemplos tan polares, algo caricaturizados, nos llevan a la cuestión sustancial de que una acción social más que cosa en sí es un precipitado de cosas diversas y de factores que influyen en que el acto social sea apropiado, típico, inusual, amable, etc., y otra vez nos hemos topado con las significaciones, y lo simbólico, de los que apenas podremos escabullirnos mientras tengamos que referirnos a acción social humana.
Y por todo ello, tanto para entender/comprender como para influir en la acción social hemos de conocer cuáles son esos múltiples factores que la articulan. Y para alcanzar ese conocimiento necesitamos teorías, sistemas que pongan en relación variables influyentes y determinantes, y modelos que nos ofrezcan esquemas sintéticos de tales sistemas.