Se decía antes, al menos por parte de los mayores: Tener el susto en el cuerpo. Ahora los más jóvenes se sacuden el susto con un desentendimiento negador, escueto y aparentemente firme: ¡Me la pela!
Siempre hubo y hay motivos para tener todos alguna clase de susto por las amenazas, reales o fantaseadas, que nos han rodeado desde que hay historia. Quizá la diferencia actual es que hay una casuística de amenazas tan grande y variada que, como siempre que lo cuantitativo se multiplica, resulta una diferencia cualitativa que también requiere abordajes cualitativos y complejos.
Diferencias no solo por variedad y cantidad de amenazas, sino también por su naturaleza. Las amenazas fueron durante milenios concretas y materiales, afectando a la supervivencia física; hambre, enfermedad, depredadores y otros enemigos.
Ahora en los lugares pobres del planeta siguen siendo las mismas, pero en los lugares acomodados para la mayoría son en gran medida abstractas y simbólicas. Tantas y con tantas implicaciones que, al no poder entenderlas bien, ni en su sustancia ni en sus interdependencias, crean una desorientación llena de incertidumbres. Amenazas imprecisas e imprevisibles en su evolución que terminan por generar ansiedades, angustias y miedos difíciles de manejar.
Para las amenazas materiales en los lugares acomodados hay alternativas, unas caritativas y otras solidarias, pero cada vez hay menos recursos para las amenazas simbólicas. Infinidad de cosas y situaciones se viven como problemas causando malestar, sobre todo mental, sin apenas competencias para afrontarlos, resolverlos o paliarlos y poder seguir adelante con las cosas que interesan y deberían ocuparnos.
Este es cada vez el mayor problema. El de las amenazas sospechadas, imaginadas, fantaseadas, alucinadas o simplemente escuchadas por algún canal a modo de apuntes imprecisos y ambiguos, más como opinión de cualquier locutor, locutriz o tertulianos de todo gusto e intereses, que como fundamento sustentado en datos, evidencias y contrastación de fuentes.
Para este sunami de amenazas más simbólicas y especulativas que materiales, la solución es sencilla pero apenas está al alcance de unos pocos con grandes recursos informativos y de criterio. Dos valiosas cosas de las que se ha ido privando culturalmente a la mayoría de la ciudadanía.
Consiste en entender que los problemas creados por estas amenazas son fundamentalmente formulaciones lingüísticas que están esperando otras que los desinflen.