Hubo un tiempo en que eran los viajeros mayoritarios. Zapatos de tipos diversos, aunque no tanto, que se calzaban personas también distintas, pero menos de lo que podría pensarse. Todo era bastante sencillo y poco variado, aunque no por eso de menor interés.

Alguien puede pensar que los zapatos son calzados por personas y no al revés, pero esto no es tan sencillo como parece. Los zapatos se diseñan para variados usos, pudiendo servir para andar, para bailar, para correr, o para trabajar y por eso tienen distintas personalidades. Una vez fabricados de una determinada manera no se les puede utilizar de forma arbitraria, como si no fueran entes con un carácter y unos firmes valores propios. Son ellos, precisamente por ese determinismo de su diseño los que eligen a quien calzarse, según quienes sean y qué hagan en y con sus vidas.

¿Alguien se imagina ir a un curso de bailes de salón calzándose unas botas de electricista? Las personas no son quienes eligen qué tipo de calzado ponerse, aunque el sentido común pareciera indicar que es así.

Veámoslo con perspectiva, simplificando mucho las opciones para que resulte más didáctico y esclarecedor. Probemos con dos clases de calzado; zapatos y zapatillas deportivas y tomemos como referencias temporales los años 70 del siglo XX y 2023.

¿Listos? Pues subámonos en el Metro madrileño.

En los años 70 observaríamos que la gran mayoría fueron calzados por unos zapatos para andar, y no podemos andar dándole vueltas de si eran zapatos distintos por su formato, su calidad o funcionalidad. Se trataba de zapatos para andar. Y si observásemos atentamente lo que esas gentes hacían veríamos que, durante los trayectos, aunque pareciesen hacer distintas cosas, en realidad sólo hacían una. Miraban y observaban, cruzando miradas de todo tipo, se alejaban o aproximaban unos a otros, se insinuaban con gestos sutiles y a veces no tanto, hasta podían decirse alguna cosa. En definitiva, interaccionaban, intentaban estar en comunicación por leve que fuera la cosa. Parecía que no tuvieran prisa y que pudieran emplear tiempo con sus semejantes, hasta el punto de algunos llegar a conocerse de coincidir un día detrás de otro. 

Algunos enamorarse y estar colgados meses y años, aunque sin decir nada por no molestar.

Tenía su gracia y también cierto riesgo.

Ahora montémonos en 2023. Veremos que la gran mayoría están calzadas por unas zapatillas deportivas, como para correr, que, aunque sean también de muchas formas, marcas o precios, zapatillas deportivas al fin. ¿Y qué hacen? Pues también variadas cosas; unos llevan cascos escuchando música, la mayoría van dándole la brasa a su móvil inteligente, incluso alguno puede ir tecleando en un portátil, otros se les ve muy metidos en la historia que van leyendo, ensimismados. Estas variadas conductas no nos pueden distraer y quedar ciegos ante el espectáculo que ofrecen en conjunto. Están centrados en aprovechar el tiempo, para sí, sin distracciones, aislados en sus burbujas, como si nadie más fuese en ese vagón y por escuchar o mirar fuesen a perder el tiempo y no ganar nada.

No está aún claro del todo, aunque lo están estudiando a fondo, y a pesar de que haya otras explicaciones en curso, más de corte sociológico y cultural, para explicar las distintas conductas en el Metro en el trascurso de los últimos cincuenta años, todo parece ir concluyendo en un único sentido explicativo: Que la personalidad de los zapatos en los años setenta, hacía que estos se calzasen gente que desarrollaba o tenía cierto interés en comunicarse, en interaccionar y estar con los otros de alguna manera, mientras que las deportivas actualmente se calzan a gente que prefiere estar a lo suyo, aislada, incomunicada, evitando cualquier mal entendido, viviendo de modo fantasioso y narcisista en sus mundos privados que creen únicos y seguros. 

Conviene estar atentos a cuando presenten los resultados definitivos.